Hildegard von Bingen (1098-1179) fue una abadesa, líder monacal, mística, profetisa, médica, compositora y escritora alemana. Considerada por los especialistas actuales como una de las personalidades más fascinantes y polifacéticas del Occidente europeo, se la definió entre las mujeres más influyentes de la Baja Edad Media, entre las figuras más ilustres del monacato femenino y quizá la que mejor ejemplificó el ideal benedictino. Dotada de una cultura fuera de lo común, fue una persona comprometida también en la reforma de la Iglesia y una de las escritoras de mayor producción de su tiempo.
Las obras de esta religiosa del siglo XII fueron escritas en latín medieval, aunque su método de escritura comenzaba al escribir sus visiones y luego pasarlas a un secretario que corregía los errores y pulía el estilo. Cultivó varios géneros: el tratado teológico, el epistolar, el hagiográfico y el tratado médico, aunque destacan sobre todo sus obras visionarias, en las que hace un uso constante y fecundo de la alegoría ética-religiosa, bastante común en su tiempo, en los cuales utilizaba símbolos poco frecuentes. De las obras religiosas que escribió Hildegard, destacan tres de carácter teológico: Scivias, sobre teología dogmática; Liber vite meritorum, sobre teología moral; y Liber divinorum operum, sobre cosmología, antropología y teodicea. Esta trilogía forma el mayor corpus de las obras y pensamiento de la visionaria del Rin.
A continuación reproducimos la primera visión del Liber divinorum operum, cuyo texto íntegro puede leerse en este enlace.
I. Y vi como en el centro del cielo austral surgía la imagen de Dios, con apariencia humana, bella y magnífica en su misterio. La belleza y el esplendor de su rostro eran tales que mirar al sol hubiera sido más fácil que mirar aquella imagen. Un ancho círculo dorado ceñía su cabeza. En el mismo círculo, sobre la cabeza, apareció otro rostro, el de un anciano, cuyo mentón y barba rozaban la coronilla del cráneo de la imagen. A cada lado del cuello de esta imagen brotó un ala, y ambas alas se irguieron por encima del mencionado círculo dorado y allí se unieron la una a la otra. El punto extremo de la curvatura del ala derecha llevaba una cabeza de águila, sus ojos de fuego irradiaban el esplendor de los ángeles como en un espejo. En el punto extremo de la curvatura del ala izquierda había algo como un rostro humano que brillaba como relumbran las estrellas. Y estos dos rostros miraban hacia oriente. Además, desde cada hombro de la imagen bajaba otra ala hasta sus rodillas. La imagen estaba revestida por una túnica tan resplandeciente como el sol y en las manos tenía un cordero que brillaba como la deslumbrante luz del día. Bajo los pies aplastaba un monstruo de forma horrible, venenoso y de color negro, y una serpiente. La serpiente hincó su boca en la oreja derecha del monstruo, su cuerpo se enrolló alrededor de la cabeza del monstruo, y llegaba con la cola hasta sus pies por el lado izquierdo de la figura. Y la mencionada imagen decía:
Palabras pronunciadas por la imagen por las cuales se entiende el amor, que se denomina vida ígnea de la substancia de Dios, y explicación de los múltiples efectos de su potencia en las diversas naturalezas o cualidades de la creación.
II. Esta imagen dijo: “Yo soy la energía suprema y abrasadora, Yo soy quien ha encendido la chispa de todos los seres vivientes, nada mortal mana de Mí, y juzgo todas las cosas. Con mis alas superiores vuelo sobre el círculo de la tierra y al cubrirlo con mi sabiduría lo ordeno rectamente. También la vida abrasadora de la sustancia divina, arde sobre la belleza de los campos, reluce en las aguas y arde en el sol, en la luna y en las estrellas, y con el hálito celestial suscito la vida en todos los seres, vivificándolos con la vida invisible que todo lo sustenta. En efecto, el hálito vive en el verde del bosque y en las flores, las aguas fluyen como si estuvieran vivas, y también el sol vive por su luz y, cuando la luna declina, resurge la luz del sol a una nueva vida, y también las estrellas resplandecen con su claridad como si estuvieran vivas. También he colocado las columnas que aguantan todo el globo terráqueo. Igualmente he creado a los vientos que tienen a su servicio las alas de los vientos más débiles, estos vientos suaves sujetan a los vientos más fuertes que ellos, a pesar de su debilidad, para que no se manifiesten peligrosamente, tal como el cuerpo protege y contiene el alma para que no se disuelva. Y como la respiración del alma rehace el cuerpo y lo fortalece para que no muera, así los vientos más fuertes animan a los vientos a ellos sometidos para que desarrollen de manera adecuada su tarea. Por lo tanto, al ser Yo energía de fuego que está en ellos de manera invisible, ellos se encienden gracias a Mí, como la respiración es la causa por la cual el hombre se mantiene constantemente en movimiento y como la llama vive en el viento abrasador.
Todas las cosas en su esencia están vivas y no han sido creadas en la muerte, porque Yo soy vida. También soy la capacidad de razonar, por cuanto tengo el hálito de la palabra sonora, por la cual toda criatura ha sido engendrada. Y en la creación de todas las cosas he introducido mi soplo de tal forma que ningún ser de la creación es efímero en su especie, porque Yo soy la vida. Soy vida íntegra y perfecta, que no ha manado de las piedras, ni florece de las ramas ni tiene origen gracias a la semilla de un macho, sino que todo lo que es vital ha brotado de Mí. La capacidad de razonar es una raíz que, sonando, hace florecer en ella misma la palabra. Y puesto que Dios es racional, y ya que toda su obra llega a floración perfecta en el hombre creado a su imagen y semejanza, ¿cómo podría ser que no se aplicara a inscribir en el hombre a todas las especies siguiendo un orden? El deseo de Dios desde la eternidad fue que su obra, es decir el hombre, fuera hecho, y cuando hubo cumplido esta obra suya, le confió a todas las criaturas para que el hombre pudiera trabajar sirviéndose de ellas. De esta manera Dios hizo su obra, es decir, el hombre.
Yo soy el sostén de todo, porque todas las cosas vitales reciben su ardor de Mí. Mi vida es la misma en la eternidad, vida que no ha tenido principio y no tendrá fin. Cuando se pone en movimiento y actúa es Dios, y, aun así, esta única vida se divide en tres energías vitales. La eternidad es el Padre, el Verbo el Hijo, el aliento que los conecta se denomina Espíritu Santo. Igualmente, Dios quiso representar esto en el hombre con tres elementos: cuerpo, alma y razón. Mis llamas dominan sobre la belleza de los campos, es decir la tierra, la materia con la cual Dios formó al hombre. Tal como penetro en las aguas con mi luz, el alma penetra el cuerpo entero, y tal y como el agua riega toda la tierra, así el alma fluye por todo el cuerpo. Si digo que estoy ardiendo en el sol y la luna, es una alusión a la inteligencia: ¿no son las estrellas las innumerables palabras de la inteligencia? Y si mi soplo, invisible vida, mantenedor universal, despierta el universo a la vida, significa que las cosas que viven y crecen deben al aire y al viento su subsistencia según los dones de su naturaleza, alejados de la nada.
Dios ha representado en el hombre, hecho a su imagen y semejanza, a todas las criaturas. Tras la caída del hombre, Dios lo restableció únicamente por la benevolencia de su amor a través de su Encarnación y lo colocó en la felicidad que el ángel caído había perdido. Esto se muestra en el significado alegórico de la visión.
III. Oí de nuevo la misma voz del cielo, se dirigió a mí en estos términos: “Dios, que lo creó todo, formó al hombre a su imagen y semejanza. En él representó a todas las criaturas superiores e inferiores. Lo quiso con un amor tal que le reservó el sitio del que fue expulsado el ángel caído, y le reservó toda la gloria y todo el honor que el susodicho ángel había perdido. La visión que contemplas muestra este hecho. Pues esa imagen que ves como en el centro del aire austral, una imagen bella y maravillosa en el misterio de Dios, parecida a una figura humana, es la que, con la fuerza de la eterna divinidad, bella en su elección y admirable en los dones secretos del Padre Supremo, se denomina amor. Amor que se muestra al hombre, porque cuando el Hijo de Dios se encarnó, redimió al hombre perdido con el servicio del amor.
Por esta razón este rostro es de tal belleza, de tal claridad, que sería mas fácil contemplar al sol que contemplar este rostro, porque la generosidad del amor del Hijo se encuentra en tanta excelencia y brillantez de sus dones, que traspasa cualquier inteligencia del saber humano mediante el cual entiende el alma la variedad de las cosas, de forma que el hombre no es capaz de abarcar en todo su sentido esta generosidad. Y sin embargo aquí se muestra por señales, para que a través de ellas se pueda conocer en la fe lo que no puede ser visto claramente por la vista más despierta.
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Anima Mundi es un blog cuya pretensión es la de invitar a los lectores del siglo XXI a conocer la tradición espiritual que ha nutrido a la humanidad desde que se tiene noticia. Recogemos textos de todos los tiempos y de todas las culturas cuyo nexo común es el de abrirse a la trascendencia, pues existe una corriente que hermana a las distintas religiones, más allá de sus diferencias aparentes.
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