Cattiaux y el valor del símbolo


Publicamos un extracto del texto titulado "El símbolo renovado según Cattiaux", de Raimon Arola, perteneciente a la alocución que fue pronunciada durante el curso Simbología, planteamientos teóricos celebrado en la Universidad de Barcelona. Pueden encontrar la versión íntegra del texto, así como el vídeo de dicha sesión, en la web Ars Gravis.

Louis Cattiaux nació en Valenciennes en 1904, pronto quedó huérfano y fue cuidado por sus hermanas. Durante la guerra, ingresa en un internado en París, ciudad que no dejará hasta su fallecimiento en 1953. Muy pronto se siente atraído por la creación artística y se dedica a la pintura y a la poesía. Se mueve por los ambientes artísticos hasta que, a partir de 1936, comienza una intensa búsqueda espiritual que se reflejará en el libro de su vida, El mensaje reencontrado que comienza en 1938 y termina justo antes de morir en 1953. No nos extendemos aquí sobre la vida y obra de Cattiaux, Lo que sí nos interesa es profundizar en su libro, El mensaje reencontrado, pues en él se produce el encuentro de los símbolos herméticos con los fundamentos de la teología, por eso se trata de un libro extraño y sorprendente. Los hermanos Charles y Emmanuel d’Hooghvorst, discípulos de Cattiaux, publicaron la versión definitiva en 1956, ellos lo divulgaron y enseñaron a profundizar en su contenido, explicando qué es un “símbolo reencontrado” o, como reza el título de la obra, qué es el “mensaje reencontrado”.

Como acabamos de decir, en el libro de Cattiaux se reúnen la teología y el hermetismo, la física y la metafísica y seguramente por eso sus aforismos están dispuestos en dos columnas, pues como explican los hermanos d’Hooghvorst: “Cada versículo implica varios sentidos en profundidad: la columna de la izquierda suele dar los sentidos terrestres: moral, filosófico y ascético; la columna de la derecha, los sentidos celestes: cosmogónico, místico e iniciático. Algunas veces, los versículos se completan con un tercero dispuesto en medio de la página, que hace concordar los otros dos en el sentido alquímico que une el cielo con la tierra y que hace referencia al misterio de Dios, de la creación y del hombre”.

Esta obra busca también la unidad de las religiones o manifestaciones espirituales pero, a diferencia de otros autores del siglo XX, la mayoría, la unidad que propone Cattiaux no es solo trascendente, sino también inmanente, es decir, que está en el hombre y también fuera de él. Esta particularidad esencial que reúne las distintas tradiciones se llama, según el lenguaje de los maestros antiguos, la piedra filosofal, que, como ya hemos visto, es aquello que los sabios de todas las naciones se han transmitido desde Hermes Trismegisto. Precisamente, Cattiaux pintó un cuadro con ese título, pues su obra pictórica está estrechamente relacionada con su búsqueda espiritual.

La búsqueda trascendente de la unidad de las distintas tradiciones puede definirse como el conocimiento del origen inefable de toda tradición, aquello-que-no-se-puede-decir, pues cualquier decir es partidista o dual. A esta tradición, la iglesia oriental la denominó apofática o, también, teología negativa. Pseudo Dionisio, el máximo representante clásico de esta teología, escribió que cuando la mente renuncia a hacerse una idea de Dios, entonces, “se entrega a lo que es totalmente intangible e invisible… unida a Aquel que es totalmente incognoscible”.

La teología apofática va unida a la catafática, es decir, aquella en la que se afirma “qué es Dios”. El hermetismo y con él, inevitablemente, los símbolos forman parte de la teología catafática (aunque en muchos casos se ha hablado de teosofía y no de teología), pues son imágenes que muestran aquello que es la divinidad. Parece imposible que a partir de esta vía afirmativa se pueda hablar de unidad de las religiones puesto que, se dirá, cada una de ellas utiliza símbolos particulares y, por eso, la única manera de encontrar la unidad es a partir de aquello que es “totalmente intangible e invisible”. Esto es cierto, aunque esta certeza amplía el horizonte de la propuesta hermética-simbólica, puesto que ella aboga por una realidad universal, que se ve y se toca, y que está en la particularidad secreta. Escribió Cattiaux: “Algunos prosiguen en secreto la búsqueda de Dios más allá de los símbolos y de las figuras, porque tienen sed de la realidad que se ve, que se toca y que se come…” (El mensaje reencontrado, 21, 55).

En esta búsqueda no pueden existir prejuicios históricos o sociales de ningún tipo, ni tampoco ideas preconcebidas: “Dios no es una abstracción delirante del espíritu humano, como podrían hacer creer las descripciones de ciertos creyentes. Es una realidad viva que se ve, que se siente, que se palpa, que se saborea y que da la vida imperecedera. ¿No es suficiente y maravilloso?” (El mensaje reencontrado, 26, 24).

Evidentemente, se trata de un viaje al universo interior y, por lo tanto, esotérico y demanda una iniciación. Henry Corbin, al presentar su estudio sobre la gnosis islámica en su libro Cuerpo espiritual y Tierra celeste necesita precisar las palabras que utiliza y por ello escribe lo siguiente: “Los términos ‘esoterismo’, ‘inicia­ción’,… se  refieren respectivamen­te a las cosas ocultas, suprasensibles, a la discreción que ellas mismas su­gieren respecto a quienes, al no comprenderlas, las desprecian, y al naci­miento espiritual que, por el contrario, da luz a la percepción. Tal vez se ha abusado de estos términos; los contextos en los que se encuentren aquí recordarán su verdadero uso”. Nos parece que El mensaje reencontrado recoge el esoterismo y la iniciación en “su verdadero uso” por eso su aportación, y la de cualquier libro semejante, es decisiva a la espiritualidad del siglo XX como legado al tercer milenio.


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Anima Mundi es un blog cuya pretensión es la de invitar a los lectores  del siglo XXI a conocer la tradición espiritual que ha nutrido a la humanidad desde que se tiene noticia. Recogemos textos de todos los tiempos y de todas las culturas cuyo nexo común es el de abrirse a la trascendencia, pues existe una corriente que hermana a las distintas religiones, más allá de sus diferencias aparentes.


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