Nicolás de Cusa y el Dios escondido


El Diálogo sobre el Dios escondido (también denominado a veces con el nombre de Diálogo de un gentil y un cristiano sobre el Dios escondido) fue redactado por Nicolás de Cusa entre 1440 y 1445; se sitúa entre esas fechas, porque se sabe que es posterior a La docta ignorancia y previo a La búsqueda de Dios. Se trata de un opúsculo estrictamente filosófico, en donde vuelven a comparecer, sintéticamente, algunas de las ideas expuestas en la primera gran obra del Cusano, La docta ignorancia; en efecto, el comienzo del diálogo subraya precisamente la idea de sorpresa o asombro del gentil al comprobar que el cristiano adora a un Dios que dice no conocer; el cristiano aumenta el estupor del gentil al afirmar que considera más sorprendente el hecho de que un hombre se impresione por aquello que considera que sabe. De ahí surgirá la doctrina de la verdad como un sapiente no saber, como una docta ignorancia (Hay que considerar sapiente –afirma– a aquel que sabe que es ignorante. Y venera la verdad quien sabe que sin ella no puede aprehender nada, ya sea ser, ya vivir o entender); esa doctrina tendrá su punto culminante en el intento de acceder al Absoluto, de suyo inaccesible. 

Diálogo sobre el Dios escondido es un escrito muy breve a la par que muy denso y enjundioso, que trata la mayoría de los temas que el Cusano desarrollará en sus sucesivos libros, y especialmente todo lo que se refiere a los temas conectados con la incomprehensibilidad e inefabilidad divinas.

La verdad, en su sentido estricto, o como dice Nicolás, en su precisión
absoluta, no puede ser conocida; las esencias de las cosas no sólo es que no
son desconocidas, como señalaba el adagio clásico, sino que pueden siempre conocerse mejor, en otros momentos, bajo otras perspectivas, etc. Si de las esencias de las realidades físicas o humanas solamente podemos obtener un conocimiento ciertamente imperfecto y perfectible, a mayor abundamiento resulta para nosotros incognoscible el Absoluto mismo. El Absoluto es, de suyo, inefable, por cuanto es, como dirá en otras obras, incomprehensible, el Incomprehensible en sentido estricto y preciso.

Nicolás de Cusa señala que en el Dios incomprehensible nada puede comprenderse excepto la incomprensión misma. El Absoluto incomprehensible no podrá ser alcanzado más que en su modo de ser incomprehensible; ése es un conocimiento verdadero, aunque esté por encima de todo modo humano de conocer; al ser un conocimiento que está por encima del conocimiento humano, solamente puede ser aferrado de modo negativo en los conocimientos humanos. El verdadero conocimiento del Absoluto es un desconocimiento, o mejor, una ignorancia docta; y la docta ignorancia podría definirse en cierto modo como una cognoscible incognoscibilidad. Por tanto, con la docta ignorancia hay que establecer la vía apofática de acceso al Absoluto.

Reproducimos los primeros pasajes de esta obra fundamental, que puede leerse de manera íntegra, junto con el estudio introductorio y otro texto del mismo autor (La búsqueda de Dios) en este enlace.

GENTIL: Veo que tú, muy devotamente arrodillado, estás derramando lágrimas de amor, y no ciertamente falsas sino de corazón. Te pregunto: ¿quién eres?
CRISTIANO: Soy un cristiano.
GENTIL: ¿Qué adoras?
CRISTIANO: A Dios.
GENTIL: ¿Quién es el Dios al que adoras?
CRISTIANO: Lo ignoro.
GENTIL: ¿Cómo puedes adorar con tan gran seriedad aquello que no conoces?.
CRISTIANO: Adoro porque no conozco.
GENTIL: Considero sorprendente que un hombre se impresione por aquello que ignora.
CRISTIANO: Más sorprendente es que un hombre se impresione por
aquello que considera que sabe.
GENTIL: ¿Y eso por qué?
CRISTIANO: Porque lo que él piensa que sabe lo conoce menos que aquello que él sabe que ignora.
GENTIL: Explícalo más claramente, te lo ruego.
CRISTIANO: Puesto que no puede saberse nada, todo aquél que considera que puede saber algo me parece un loco.
GENTIL: A mí me parece que eres tú el que carece completamente de razón por afirmar que no es posible saber nada.
CRISTIANO: Yo entiendo por ciencia la aprehensión de la verdad. Quien afirma que sabe, dice que ha aprehendido la verdad.
GENTIL: Ciertamente también yo pienso igual.
CRISTIANO: ¿Y de qué manera puede aprehenderse la verdad más que por ella misma? Ni siquiera es aprehendida cuando el que la aferra sea previo y lo aferrado posterior.
GENTIL: No comprendo eso de que la verdad no pueda ser aferrada más que por sí misma.
CRISTIANO: ¿Consideras que se la puede captar de otra manera y en otro?
GENTIL: Así lo pienso.
CRISTIANO: Claramente te equivocas. En efecto, fuera de la verdad no hay verdad, no existe el círculo fuera de la circularidad, no hay hombre fuera de la humanidad. Por tanto, la verdad no se encuentra fuera de la verdad, ni de otra manera ni en otro.
GENTIL: ¿De qué manera entonces conozco qué es el hombre, qué la piedra, y lo mismo cada una de las cosas que conozco?
CRISTIANO: Tú no conoces nada de estas cosas, sino que piensas que las conoces. Si te preguntara sobre la quididad de lo que tú piensas que sabes, afirmarás que no te resulta posible expresar la verdad misma del hombre o de la piedra. El hecho de que tú sepas que el hombre no es una piedra, eso no proviene de la ciencia, en virtud de la cual sabes lo que es el hombre, la piedra y la diferencia que hay entre ellos, sino que acaece de modo accidental, a partir de la diversidad de las operaciones y las figuras, las cuales al distinguirlas les impones nombres diferentes. Es, en efecto, un movimiento en la razón discernidora quien impone los nombres.
GENTIL: ¿Hay una o muchas verdades?
CRISTIANO: No hay más que una sola verdad. No hay, en efecto, más que una sola unidad, y la verdad coincide con la unidad, puesto que es cierto que la unidad es solamente una. Por consiguiente, lo mismo que en el número no se encuentra más que una sola unidad, del mismo modo en lo múltiple no hay más que la única verdad. Y esa es la razón por la que quien no aferra la unidad, ignorará siempre el número, y quien no aferra la verdad en la unidad no puede verdaderamente conocer nada. Y aunque piensa que en verdad conoce, sin embargo se comprueba con facilidad que lo que él piensa que conoce se puede conocer con más verdad. Un objeto visible, en efecto, puede ser visto más verdaderamente de lo que sea visto por ti. Ciertamente podría verse de modo más verdadero por medio de unos ojos más agudos. En consecuencia, un objeto visible no es visto por ti tal como es en verdad. Lo mismo sucede respecto del oído y de los demás sentidos. Ahora bien, como todo lo que se conoce no por aquella ciencia por la que puede conocerse no es aferrado en la verdad, sino de modo diferente y de otra manera –de otra manera y diferente modo al modo como es la verdad misma, no es aferrar la verdad–, y por eso es loco quien piensa que puede conocerse algo en la verdad y en realidad ignora la verdad. ¿Acaso no sería considerado como loco un ciego que pensara que conoce las diferencias de los colores cuando ignora la noción de color?
GENTIL: ¿Quién de los hombres es, pues, sabio, si no puede conocerse nada?
CRISTIANO: Hay que considerar sapiente a aquel que sabe que es ignorante. Y venera la verdad quien sabe que sin ella no puede aprehender nada, ya sea ser, ya vivir o entender.
GENTIL: Quizá es esto lo que te ha atraído a la adoración, a saber, el deseo de ser en la verdad.
CRISTIANO: Así es ciertamente como dices. No adoro, en efecto, al Dios que tu gentilidad considera falsamente que conoce y pone nombre, sino al Dios mismo que es la misma verdad inefable.
GENTIL: Puesto que das culto al Dios que es la verdad, y nosotros no pretendemos adorar a un Dios que no sea Dios en la verdad, te ruego, hermano
que me digas cuál es la diferencia entre vosotros y nosotros.
CRISTIANO: Son muchas las diferencias. Pero en esto estriba la única y máxima diferencia: que nosotros adoramos a la verdad misma absoluta, sin mezcla alguna, eterna e inefable; vosotros, en cambio, dais culto no a la misma verdad, tal como es en sí, o sea absoluta, sino como es en sus obras, no a la unidad absoluta, sino a la unidad en el número y en la multiplicidad, equivocándoos en esto por cuanto la verdad que es Dios no es comunicable a ninguna otra cosa.
GENTIL: Te ruego, hermano, que me guíes de tal manera que pueda yo entender lo que tú afirmas de tu Dios. Respóndeme: ¿qué sabes del Dios al
que adoras?
CRISTIANO: Sé que todo lo que conozco no es Dios, y que todo lo que puedo concebir no es semejante a Él, puesto que Él está muy por encima.
GENTIL: Por tanto, Dios es nada.
CRISTIANO: No es nada, porque esa misma nada posee el nombre de nada.
GENTIL: Si no es nada, entonces es algo.
CRISTIANO: Y tampoco es algo. Algo, en efecto, no es todo. Dios, en cambio, no es algo más bien que todo.
GENTIL: Afirmas cosas sorprendentes al decir que el dios al que adorasno es nada ni es algo; no hay razón alguna que pueda captar eso.
CRISTIANO: Dios está por encima de la nada y del algo, puesto que a Él la nada le obedece para convertirse en algo. Y en eso consiste su omnipotencia, potencia mediante la cual ciertamente excede a todo lo que es y lo que no es, de modo tal que le obedezca lo que no es lo mismo que lo que es. Hace, en efecto, que el no-ser desemboque en el ser y el ser vaya a parar al no-ser. No es, por tanto, nada de las cosas que están por debajo de Él y que su omnipotencia precede. Y por esa razón no puede decirse que Dios sea esto más bien que aquello, puesto que todas las cosas son por Él mismo.
GENTIL: ¿Puede ser nombrado?
CRISTIANO: Lo que puede ser nombrado es una cosa pequeña. Aquello cuya grandeza no puede ser concebido subsiste como inefable.
GENTIL: ¿Es Dios, pues, inefable?
CRISTIANO: No es inefable, sino que es expresable por encima de todaslas cosas, puesto que es la causa de todas las cosas susceptibles de ser nombradas.
¿Cómo no va a tener nombre aquél que proporciona el nombre a todas las demás cosas?.
GENTIL: Es, por tanto, expresable e inexpresable.
CRISTIANO: Ni siquiera eso. Dios, en efecto, no es raíz de la contradicción,
sino que es la misma simplicidad anterior a toda raíz. Por eso tampoco debe decirse que sea a la vez expresable e inefable.
GENTIL: ¿Qué podrás decir, entonces, sobre Él?
CRISTIANO: Afirmaré que ni puede ser nombrado ni que no puede ser nombrado, ni que es a la vez ni nombrado ni no nombrado, sino que todas las cosas que pueden decirse disyuntiva y copulativamente, por medio de un consenso o de la contradicción, a Él no le convienen por causa de la excelencia de su infinitud, de manera tal que sea el principio único previo a todo pensamiento susceptible de formarse sobre Él.
GENTIL: Así, pues, a Dios no se le podría atribuir el ser.
CRISTIANO: Es correcto lo que dices.
GENTIL: Es, por tanto, nada.
CRISTIANO: No es nada ni tampoco no lo es, ni es ni no es, sino que
fuente y origen de todos los principios del ser y del no-ser.
GENTIL: ¿Es Dios la fuente de los principios del ser y del no-ser?
CRISTIANO: No.
GENTIL: Pero si acabas de afirmarlo ahora mismo.
CRISTIANO: He dicho verdad cuando lo he afirmado, y ahora digo verdad cuando lo niego. Puesto que si existen algunos principios de ser y de no-ser, Dios los antecede a todos ellos. Y el no-ser no posee el principio a partir del no-ser, sino del ser. El no-ser, en efecto tiene necesidad de un principio para ser. Así pues, existe un principio del no-ser, porque sin él el no-ser no es.
GENTIL: ¿Dios es la verdad?
CRISTIANO: No, sino que es anterior a toda verdad.
GENTIL: ¿Es distinto de la verdad?
CRISTIANO: No. La alteridad, en efecto, no le puede convenir. Él es, de un
modo infinitamente excelso, anterior a todo lo que nosotros concebimos y
nombramos como verdad.

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