Tauler: las cinco cárceles del hombre


Johannes Tauler, latinizado Taulerus, en español Juan Taulero, denominado (1300-1361) fue un teólogo, predicador y escritor místico alsaciano, discípulo del maestro Eckhart y considerado el fundador de la mística alemana. Nacido y fallecido en Estrasburgo, formó parte de la orden de los dominicos como el maestro Eckhart del que fue alumno, aunque sus enseñanzas aparecen influidas por sus profundos estudios del neoplatonismo de Proclo y la teología negativa del Pseudo-Dionisio Areopagita. Fue autor de muchos tratados de mística, entre los que destacan los Sermones del tiempo y de los Santos, la Vida de Jesucristo, Las Instituciones (su obra más notable), las Epístolas, El alfabeto dorado y el Diálogo entre un teólogo y un mendigo. El presente texto forma parte del libro Obras, publicado por la Universidad Pontificia de Salamanca/Fundación Universitaria Española, Madrid, 1984, con la edición, traducción y notas de Teodora H. Martín. Se puede leer una selección adicional de textos procedentes de dicho libro en este enlace.


En esta vida mortal hablamos de cinco cautividades en que los hombres estrechamente se encarcelan. Cristo abrió todas las prisiones. El se lleva las puertas al Cielo, cuando realiza en nosotros su ascensión.

1. Amor de las cosas externas. La primera cautividad consiste en que el hombre es prisionero del amor desordenado a las criaturas, muertas o animadas, cada vez que las amamos con olvido del Creador. Criaturas humanas, más cercanas, sobre todo por la mutua semejanza. Es imposible enumerar los daños del amor desordenado, que se presentan de dos modos.

Gentes hay que reconocen sus culpas por sí mimos; nace en ellos temor de este amor que les causa angustia, padecimiento, remordimientos y reproche. Buen signo. No están abandonados de Dios, pues sienten su voz y atracción día y noche, aun mientras comen y beben. Aquel que no cierra los oídos y presta atención al llamamiento divino será salvo.

Pero hay otros que se abandonan sin temor al propio y peligroso cautiverio, sordos y ciegos por completo, satisfechos. A su juicio irreprochables. Hacen muchas obras buenas, cantan, leen, guardan silencio, cumplen sus deberes y rezos. Todo, en la medida que les granjee propia complacencia en consuelos de Dios y aplauso de la gente. ¡Oh, les agrada recogerse en oración hasta provocar a veces lágrimas de dulce consuelo! Son gentes que viven en peligro. El demonio produce en ellos paz aparente, para retenerlos en su cautiverio. En estos casos la naturaleza embauca a los hombres con riesgo de tentaciones peligrosas. Mejor les sería no orar que hacer de la oración egolatría. Angustia, pena y tristeza sería el mejor modo de liberarse del mal peligroso de este cautiverio. Quien el día del juicio se halle en tal estado quedará prisionero del diablo y nadie le podrá liberar.

2. Amor de sí mismos. La segunda cautividad consiste en que muchos, liberados ya del amor desordenado a las criaturas y bienes materiales, caen prisioneros de amor propio. Espanta ver cómo ellos justifican y defienden este amor pernicioso. En tal situación nadie osa reprocharlos y ellos aún menos a sí mismos. Lo recubren con hermoso manto, bien velado, que nada se vea al exterior. Impecable. Vienen luego impulsados por este amor propio a buscar en todo su interés, su utilidad, su placer, su consolación, su comodidad, su honor. De tal modo se hunden en el propio yo, que le buscan en todas las cosas, incluso en Dios, porque no buscan nada fuera de sí.

¡Oh, Señor, cuánta podredumbre de amor propio no se encontrará en este fondo el día de descubrir todo su ser! Fachada de gran santidad y detrás la basura, vacíos por completo de lo que aparentan. ¡Qué desgracia! Es prácticamente imposible ayudar a personas cuyo espíritu está dominado por la propia voluntad de hacer su capricho usando además razonamientos sutiles para justificarlo. ¡Qué difícil librarlos de su cautividad! ¿Quién podrá romper las cadenas de estos prisioneros amarrados por el fuerte egoísmo? Solo Dios en milagro de amor. Se crean tantas necesidades que todas las cosas se apropian a lo largo y a lo ancho. Amigos de finezas y remilgos hacen que todos estén a su servicio. Si ocurre alguna desgracia en sus posesiones, comodidades, amistad, consolaciones, Dios ya no les sirve, lejos, no más. Palabras de ira, deseos de venganza, mentiras. Airean secretos que debían guardar. Dejan de ser hombres, actúan como perros rabiosos o lobos rapaces.

Demasiada cautividad ser cautivos de amor propio.

3. Racionalismo. Ciertas personas caen profundamente en esta tercer cautividad. Corrompen la gracia y dones de Dios que deberían nacer en su espíritu. Se enorgullece con ello la razón, sea lo que fuere, verdades divinas o enseñanzas humanas, cualquier cosa que comprendan o de que sepan hablar, lo hacen por ostentación. Nada ponen por obra ni tampoco lo viven en sí mismos. Incluso los adorables ejemplos que nos ha dado Nuestro Señor Jesucristo, los ven sólo a la luz del propio entender. De otro modo sería si dejaran que la luz divina y sobrenatural guiara sus juicios. Verían que son nada, que nada entienden, que saben aún menos. Equivale a comparar la luz de un candil con espléndido sol. Más pálida aún es la luz de su ingenio en comparación de la de Dios. Hay ciertos criterios para discernir entre lo que procede de razón o es de Dios.

La luz natural se proyecta hacia fuera: orgullo, complacencia, alabanzas que otros le tributan, disipación de sentidos y del corazón. En la luz divina, en cambio, hay tendencia a guiar al hombre hasta el fondo, le hace verse pequeño, el más vil, el más débil y ciego. Y con razón, porque si hay en ellos algo de valor todo les viene de Dios. Esta luz se expande por dentro, no para fuera; busca siempre el fondo interior de donde ha brotado y presiona para volver hacia él. Finalmente, quienes han conseguido esta luz orientan su vida hacia dentro, sus esfuerzos hasta la raíz.

De aquí que haya tanta diferencia entre quienes estudian Escritura sólo para dar conferencias y recrearse en su ciencia y aquellos que la hacen vida propia. Los que se contentan con ser profesores buscan sobre todo los honores con menosprecio de aquellos que lo viven, teniéndolos por fatuos, engreídos, despreciables, los rechazan y condenan. Pero estos que realmente la viven se sienten pecadores y son misericordiosos con todos. Al fin de la vida difieren también unos y otros más de lo que fue en vida presente, los unos en vida eterna y los otros en la muerte. San Pablo lo ha dicho: “La letra mata, mas el Espíritu da vida" (2 Cor 3,6).

4. Gustos espirituales. Cuarta cautividad es aquella de los gustos espirituales. Muchos se descarrían por seguirlos demasiado lejos, se apegan a ellos fuertemente. Les parecen un gran bien y a ellos se abandonan poseyéndolos con gozo. La naturaleza retiene allí su parte. Solamente consuelos es lo que recogen, cuando pensaban tener a Dios. Cabe preguntar si han buscado al Señor realmente o más bien sus propios gustos. Vayan algunas señales para distinguirlo.

Provienen del propio natural si el hombre pierde la paz, se vuelve descontento, angustiado, cuando no halla dulzura. Si no sirve al Señor de buen ánimo y con la misma fidelidad que otras veces cuando sentían consuelos, entonces es signo evidente de que aquella dulzura no procedía de Dios ni se aviene con El. Este hombre caería en graves pecados fácilmente si le quitan los gustos, aun después de cuarenta años con ellos. No es el vivir entre consuelos camino seguro de salvación. Dudaría Dios en salvar al que muriese en tal estado.

5. La propia voluntad. Es la quinta cautividad voluntad propia. Quiere el hombre que Dios se someta en la propia voluntad. No aceptaría tal hombre que Dios baje hasta él para limpiarle de vicios y faltas y que le haga crecer en virtud y perfección. Lo rechazaría porque no es así su voluntad.

Hay algo muy superior. Podemos tener satisfacción en que nuestra voluntad se cumpla en conformidad con la de Dios. Bueno es. Pero es preferible decir: "No, Señor mío. El cumplimiento de mi voluntad que yo lamento no es una gracia, un don. Mas eso que Tú quieres para ti mismo eso yo lo quiero y el bien que Tú no quieres yo tampoco lo quiero, prefiero asimismo verme privado de ellos".

Si en este verdadero abandono nos privamos de bienes y correspondiente gozo, el bien que se goza y recibe es más grande que aquel que se habría poseído con propia voluntad. Es infinitamente más útil al hombre aceptar la privación de buen grado y con humildad que poseer todo lo que pudiere tener, sea de Dios o criaturas, por propia voluntad. Por tanto, es preferible mil veces un hombre de perfecto abandono con pocas obras en el exterior que otro con maravillas egoísticamente, altas especulaciones y grandes proyectos, pero que no se abandona en el Señor.

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Anima Mundi es un blog cuya pretensión es la de invitar a los lectores  del siglo XXI a conocer la tradición espiritual que ha nutrido a la humanidad desde que se tiene noticia. Recogemos textos de todos los tiempos y de todas las culturas cuyo nexo común es el de abrirse a la trascendencia, pues existe una corriente que hermana a las distintas religiones, más allá de sus diferencias aparentes.


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