Seng Can, tercer patriarca zen (496-606), es el autor del poema de La confianza en el corazón, al cual pertenecen los siguientes versos, en los cuales encontramos las clásicas características de esta escuela budista: el laconismo, la elusión, la sequedad y la conminación a la búsqueda de la mejora moral. Aunque se carecen de referencias históricas fiables (las cuales se reducen a ciertas alusiones en el clásico La transmisión de la lámpara) se considera que Seng Can, al igual que Bodhidharma y que Huike antes que él, fue un erudito especalista en el estudio del Lankavatara Sutra, el cual propugnaba la eliminación de cualquier dualidad, así como al silenciamiento de "todas las palabras y los pensamientos" para desembocar en la contemplación pura. En los versos que reproducimos se pueden percibir, en cualquier caso, las vibraciones características del zen inicial, extremadamente enjuto y concentrado, lo cual le confiere un genuino sabor espiritual.
Llegar a la verdad no es difícil.
Sólo se teme la preferencia.
Si uno no tuviera amor ni odio,
enseguida se vería todo claro.
El vacío puede ocupar milímetros,
o el espacio que queda entre cielo y tierra.
Si uno quiere que la verdad aparezca ante sí,
no puede albergar ni pros ni contras.
En los pros y los contras que se pelean
es donde reside la enfermedad mental.
Si uno no conoce la verdad original,
en balde buscará la tranquilidad.
La mente original era redonda y perfecta,
ni le faltaba ni le sobraba nada.
Ahora distingue lo que quiere de lo que no quiere
y ya no corresponde a la verdad.
No esforzarse por pedir
ni oprimir lo que se siente.
Si uno puede albergar la igualdad,
desaparecerán por sí solas las preocupaciones.
Impide el movimiento con la tranquilidad,
pero se mueve aún.
Ni un lado ni el otro
se conforman con la unicidad.
Si uno no puede seguir la unicidad,
no tendrá éxito ni desde un lado ni desde el otro.
Si distingue el “no tener” del “tener”,
seguir la vacuidad significará desobedecerla.
Muchas palabras y preocupaciones
no concuerdan con la inteligencia innata.
Si uno deja de hablar y preocuparse,
llegará a donde quiera.
Volviendo a la raíz se obtendrá la verdad
y siguiendo las falsas imágenes, se perderá.
Si alguien recupera un rato la mente original,
será mejor que el esfuerzo por la vacuidad.
La mente sin imágenes ni preocupaciones ha cambiado
y todo se debe a los prejuicios.
No hace falta buscar la verdad,
sólo es preciso acabar con los prejuicios.
No hay que ponerse en ningún lado.
Hay que tener precaución de no seguir a nadie.
Al distinguir lo erróneo de lo correcto,
se perderá la mente libre y tranquila.
El dos viene del uno.
Ni siquiera la unicidad se puede mantener.
Si uno no tiene prejuicios,
las diez mil cosas no tendrán culpa.
Sin culpa, sin objetos,
sin pensamientos, sin prejuicios.
El poder subjetivo desaparecería sin la existencia objetiva
y la existencia objetiva no tendría sentido sin el poder subjetivo.
La objetividad se expresa por la subjetividad
y la subjetividad aparece con la objetividad.
Tanto la objetividad como la subjetividad
provienen de la vacuidad.
Una vacuidad abarca las dos cosas contrarias
y todas las cosas diferentes del mundo.
Aquí no hay lugar para lo fino ni lo grueso.
¿Cómo habrá preferencia o predilección?
La gran verdad no tiene límites,
no existe ni lo fácil ni lo difícil.
Los que tienen prejuicios sólo ven dudas
y cuanta más prisa tengan, más tarde llegarán.
No pudiendo seguir el principio central
uno entrará en el camino equivocado.
Dejando en libertad la mente,
la Verdad estará donde quiera.
Fiel a uno mismo y siguiendo el camino correcto,
uno estará libre de preocupaciones.
Las preocupaciones desobedecen a la verdad,
pero el decaimiento tampoco es bueno.
No es buena la preocupación.
Qué importa si se está más cercano o menos.
Si uno quiere llegar a la última categoría del Zen,
tendrá que olvidar los seis sentidos terrestres:
el color, el sonido, el olor, el gusto, el tacto y las cosas.
Sin la interferencia de estos seis sentidos,
uno volverá al camino correcto.
Los sabios no activan
y los tontos se atan a sí mismos.
Una cosa no difiere de la otra,
no hay por qué preferir una a otra.
Hacer que la verdadera mente se preocupe
lleva a cometer el error más grande.
Si uno está perdido, se producirá la soledad y la confusión.
Si está despejado, no tendrá ni amor ni odio.
Que todo tenga dos lados
se debe a que uno da demasiadas vueltas.
Todas las imágenes en la mente son sueños,
¿para qué se preocupa uno por captarlas?
Tener o no tener, sí o no,
hay que dejarlo todo.
Si los ojos no duermen, desaparecerán los sueños por sí solos.
Y si la mente es la de siempre,
las diez mil cosas serán iguales.
Una vez recuperada la mente original,
se olvidará enseguida la aspiración.
Las diez mil cosas se verán iguales
y se volverá a la naturaleza.
Cuando se acaben todos los porqués,
no habrá comparaciones.
Cuando uno quiera parar la mente, sabrá que es inamovible
y cuando quiera mover algo,
sabrá que no hay nada por mover.
No se puede conseguir ni lo uno ni lo otro,
¿qué es lo correcto?
Para llegar a la verdad suprema,
no existe ni un solo camino o principio.
Si uno cree en la igualdad,
todo lo que haga lo hará con calma.
Si puedes olvidar todas las dudas,
la creencia se consolidará.
Si uno no retiene nada,
no habrá nada para recordar.
Si uno está despejado,
no se cansará ni psíquica ni físicamente.
La verdad de las cosas
está fuera de los pensamientos de la gente.
En el mundo verdadero
no están ni los demás ni yo.
Si uno quiere lograr la integración rápida,
debe albergar siempre la igualdad.
La igualdad quiere decir que todos somos iguales
y la igualdad abarca todo.
Todos los grandes sabios están en este mundo del zen.
El Zen está por encima del espacio-tiempo y las ideas,
un abrir y cerrar de ojos dura lo mismo que diez mil años.
El Zen no distingue el “no estar” del “estar”.
Hallarse al fin del mundo es como estar ante los ojos.
Lo mínimo puede ser grande,
porque no se conocen sus límites.
Lo máximo puede ser pequeño,
porque no se ven sus bordes ni su apariencia.
El “tener” es igual que el “no tener”,
y el “no tener” es igual que el “tener”.
Si no fuera así,
no existiría la unicidad.
El Uno es Todo
y Todo es el Uno.
Si fuera así,
no habría otras verdades.
La mente es la misma
y no habrá otra.
Las palabras no son capaces de expresar la verdad,
que no es del pasado, ni del presente, ni del futuro.
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Anima Mundi es un blog cuya pretensión es la de invitar a los lectores del siglo XXI a conocer la tradición espiritual que ha nutrido a la humanidad desde que se tiene noticia. Recogemos textos de todos los tiempos y de todas las culturas cuyo nexo común es el de abrirse a la trascendencia, pues existe una corriente que hermana a las distintas religiones, más allá de sus diferencias aparentes.
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