Suso: el Libro de la eterna sabiduría


Heinrich Seuse, o Enrique Susón, o Suso, fue un místico alemán que vivió en las primeras décadas del s. XIV, siendo su biografía bastante oscura, por lo demás. Suso y su amigo Juan Taulero o Tauler) fueron discípulos del Maestro Eckhart, formando los tres el núcleo de la escuela de misticismo de Renania. Como poeta lírico y trovador de la sabiduría divina, Suso exploró con intensidad psicológica las verdades espirituales de la filosofía mística de Eckhart. Sus devotas obras fueron sumamente populares a finales de la Edad Media. En su Libro de la eterna sabiduría, escrito hacia 1330 en Constanza, Suso aborda los aspectos prácticos del misticismo. La última obra, que también tradujo al latín con el título de Horologium sapientiae (El reloj de la sabiduría) ha sido considerada como la mejor obra del misticismo alemán. Su fe es puramente medieval, inspirada por el romanticismo de la época de la caballería, el individualismo, la introspección filosófica y las tendencias anti-católicas que hicieron este movimiento místico en sus últimas manifestaciones tan importantes y precursoras de la Reforma están ausentes en Suso. Reproducimos un breve extracto del Libro de la eterna sabiduría, extraído de esta página, donde están disponibles otros fragmentos de la misma obra.

 Discípulo. – Ahora, Sabiduría Eterna, tenéis que enseñar a vuestro discípulo cómo debe resignarse en manos de Dios y descansar en Él. Os suplico me digáis cómo podré conseguir esto.

Sabiduría.– Cualquier alma puede volver a su origen que es Dios si comprende la unidad del mismo; es decir, que Dios es el primer principio de todo lo que es, y que es una esencia incomprensible, y sin nombre, toda vez que lo que no puede comprenderse no puede nombrarse adecuadamente. Y así todo lo que la inteligencia humana atribuye a Dios y afirma de El, es nada. Solamente la negación puede definirle, porque Dios no es ninguna de sus criaturas, sino una esencia infinita, impenetrable, superior a todo lo creado; un espíritu que posee la plenitud del ser, que se comprende a sí mismo, que es en sí y por sí el principio y fin de todas las cosas. Aquí en este océano es donde empiezan y donde acaban los hombres justos y resignados en Dios. Olvídanse de sí mismos, y se pierden en Dios por medio de un abandono sobrenatural y perfecto.

Discípulo. – Siendo Dios una esencia simple, ¿cómo es que le darnos los nombres de Sabiduría, Justicia, Misericordia...? ¿Cómo se compagina esa multiplicidad de nombres con la absoluta unidad de su esencia?

La Sabiduría. – Esta multitud de atributos o nombres aplicados al ser divino son una unidad perfecta.

Discípulo. – ¿Qué es el ser divino?

La Sabiduría. – Es la fuente de donde salen todas las emanaciones divinas y todas las comunicaciones de lo alto.

Discípulo. – ¿Cuál es esta fuente, Señor?

La Sabiduría. – La facultad y poder omnipotente

Discípulo. – ¿Y qué es esta facultad o poder?.

La Sabiduría – La misma naturaleza divina, en la cual el Padre es el principio del ser, de la generación y de la operación.

Discípulo. – ¿No son una misma cosa Dios y la Divinidad?

La Sabiduría. – Sí, la misma; pero la Divinidad no engendra ni obra, sino que quien engendra y obra es Dios; y de aquí proviene la diversidad de personas que la inteligencia humana distingue de la esencia divina, si bien en sí son una misma cosa, dado que en la naturaleza divina no hay más que una esencia. Las relaciones de la personas, por otra parte, nada añaden a esta esencia, si bien es cierto que se distinguen entre sí. La naturaleza divina no es mas simple en sí misma que en el Padre o en el Hijo o en el Espíritu Santo. La imaginación engaña en la contemplación de este misterio, porque hay que conocerlo a la manera de las cosas creadas.

Discípulo. – ¡Oh, qué simplicidad más incomprensible! Decidme, eterna Sabiduría, ¿qué eran en Dios las cosas antes de que fueran creadas?

La Sabiduría. – Estaban en Dios como en un ejemplar o modelo eterno.

Discípulo. – ¿Y qué es este ejemplar eterno?

La Sabiduría. – Es la misma esencia de Dios en cuanto se comunica y se da a conocer a las criaturas. En la idea eterna, las cosas creadas no son distintas de Dios, sino que participan de su esencia, su vida, su poder; son Dios en Dios, se confunden con Dios, y no son inferiores a Él. Pero desde que salen de Dios por la creación, tienen ya una forma, una substancia, una esencia particular y distinta de Dios: y de este modo, en su origen de Dios son Dios por parte del principio de donde proceden, y en cuanto criaturas tienen a Dios por Creador.

Discípulo. – ¿Es más noble y más elevada la esencia de la criatura en Dios que en sí misma?

La Sabiduría. – La esencia de la criatura en Dios, no es criatura. La creación para las cosas es más útil que la esencia que tenían en Dios, porque la criatura no se confunde eternamente con Dios, sino que por medio de la creación Dios ordena divinamente todas las cosas creadas; ellas penden naturalmente de su principio, y como proceden de Dios, a Dios vuelven.

Discípulo. – Pues entonces, ¿de dónde proviene el pecado, la maldad, el infierno, el Purgatorio, los malos espíritus, si es cierto que toda criatura de Dios procede y a Dios vuelve?

La Sabiduría. – Las criaturas inteligentes y libres también deben volver a su principio, que es Dios; pero muchas no lo hacen, sino que se paran en sí mismas por un acto voluntario de orgullo y de locura. De aquí los malos espíritus y la maldad.

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Anima Mundi es un blog cuya pretensión es la de invitar a los lectores del siglo XXI a conocer la tradición espiritual que ha nutrido a la humanidad. Recogemos textos de todos los tiempos y de todas las culturas cuyo nexo común es el de abrirse a la trascendencia, pues existe una corriente que hermana a las distintas religiones, más allá de sus diferencias aparentes.



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